Fantasía recurrente



Algunos días empiezan así: salgo a la calle y cuando comienzo a sentirme ahogada por la marea de personas con mala onda, mato a todos con una escopeta con mira infrarroja.
Apunto a la frente.
Después me arrepiento y pienso en algo menos tétrico. Quizás dardos tranquilizantes.
Finalmente, agobiada por el presunto trabajo que semejante tarea me demandaría (y sus consecuencias kármicas) decido que lo mejor es un gas tranquilizante.
Yo me deslizo feliz entre la multitud dormida con mi mascarilla, sin apuros, codazos, bocinazos o empujones. Sin esperas ni complicaciones. En silencio.
Como no tengo que preocuparme por la posibilidad de que me roben la cartera, puedo -libremente- concentrarme en el arreglo de algún tema que este componiendo, en admirar los árboles del Botánico o en capturar las nubes extrañas que se recortan contra el cielo.
Ellos?, ellos duermen plácidamente hasta que yo llego a mi trabajo. Se despiertan sin saber lo que ha sucedido porque hasta detuve los relojes. Siguen con su vida de zombies sin sospechar que, por la tarde, les espera lo mismo.
Exactamente a la hora en que me dispongo a volver a mi casa.

(Tengo otras para toda ocasión que incluyen a familiares, compañeras de trabajo y cajeras de supermercado)

Y si... yo soy mi súper heroína predilecta.